Canciones infantiles japonesas vertidas directamente de la vena roja de Youtube mientras intento escribir esto. Qué mejor manera de empezar a hablar de “Anotaciones a la gran ópera del pequeño Alprazolam O.5”* de Lucas Martín. Qué mejor manera de incitar al suicidio colectivo de autobuses, o de decir nada de nada por nada.
Releo.
La música no deja de sonar.
Empiezo a saltar como un puto niño japonés mientras mi cerebro se concentra y piensa en poesía. No, POESÍA en letras capitales. la poesía, como escriben las poetisas con gato. Las poesías, como dice mi madre. Los poemas, como decía mi maestro. Los puemas, como diría un niño.
Y es el único que lo dice bien.
Un puma hecho verbo, una carrera por la selva, rodeado de japoneses locos derrapando sin parar de gritar hasta que los monos autóctonos deciden darse una excedencia.
Cubrir la poesía de intelectualismo es denigrarla al nivel de una grúa de obra: grande y vistosa, pero incapaz de hacerte cosquillas. Acaparar un tractatus ideológico de intenciones es destripar un cisne* para captar mejor su belleza. Un estropicio académico, formulado, llevado al límite burocrático, extrayendo los principios por los cuales… Una estupidez de matrícula de honor, extranjera y capicúa. El drama es secuestrado: somos oficiales de la semiótica, así que no lloréis.
Parece que no estoy diciendo nada de “Anotaciones…” pero en realidad lo estoy diciendo todo, aunque sea por omisión dolosa. Dejemos ahora que el libro hable:
“(…) tan altiva, tan contrita/tan de letanías moribundas, tan de rodillas/tan acumulando tensiones jurásicas en el pleistoceno medio/me preguntaba si usted tendría la gentileza cristiana de responderme/a estas dos cuestiones de religiosidad violeta:/¿por qué, señora mía, las monjas/siempre huelen a naftalina?/¿y por qué mi taza de chocolate/ya no cree en sus vidrieras ojivales? (…)”
(Metafísica inesperada con ritual al dorso)
Las líneas explotan, o implotan, dentro de la página, y los formularios desaparecen y huyen a refugiarse hacia ministerios de cáncer.
Todo es posible dentro del desastre.
Un holocausto de platos sin fregar, un Auswitch sin pilas alcalinas, el apocalipsis de la carta certificada ya rota y abierta.
El estetoscopio de la portada parece medir el propio pulso del libro, buscando su corazón, sabiendo que palpita al ritmo de bocanadas de humo. Esto no es sano para usted ni para nadie que coleccione miedos. Y por eso mismo se lo recomiendo.
“Ningún cigarrillo es ilegal”
(Sala de fumadores: revolución y épica)
(Vuelven los locos japoneses. Se suben encima de mi tripa y empiezan a saltar. Me obligan a cantar otra canción en RE menor)
La ópera termina y sólo queda la saliva malgastada por la soprano encima del escenario:
“ (…) o mejor: disuélvete/cuéntale al mundo lo de que tu cintura se emparenta con los mejores y más tristes ríos de europa/lo de tu sombra bella bajo el sol que la aniquila/en definitiva/todo lo que hay que contar en un buen escupitajo (…)”
(Conga)
Registros que no se registran, que no se dejan registrar por ningún policía de aduana. Versos a punto de coger un vuelo hacia cualquier mota de polvo provista de centros comerciales. Manuales de lavadora en perpetuo estado de centrifugación. Sin secadora, ni matasuegras a contramano.
Qué más quieres, eh, qué más quieres. Japón está demasiado cerca, y yo ya no sé cómo hacer para quitarme los kanjis de los oídos.
A leerlo. Sin rechistar.
1*Editado por la lactante editorial Alfama, se encuentra en el TOP 5 de libros de poesía del año 2008 de Tertulia Andaluza.
2*(Pero qué cisne ni que mono muerto. Un cisne es a “Anotaciones…” como un playmobil a Roucco Varela).