21 de agosto de 2009

La puerta, de Magda Szabó


En un principio había algo en “La puerta” que me recordaba a “El gran cuaderno” de Agota Kristoff. Ambas hablaban de un mismo mundo, hostil y despiadado, el de la Europa del este de postguerra, en este caso Hungría. Las diferencias más obvias se presentan ya desde las primeras líneas: si bien el estilo de Kristoff es seco y afilado, la prosa de Szabó es amable, reflexiva y transparente, en algunos momentos un verdadero testimonio oral de un superviviente: Emerenc, la criada que Szabó tuvo a su cargo ( o ella al cargo de Emerenc, más bien) durante muchos años. Uno de los muchos atractivos de la novela es observar desde primera línea como la relación ama-criada se va invirtiendo hasta el desenlace final. En efecto, Magda se transforma en un narrador testigo de primer orden, y nos va desvelando la vida y vericuetos de Emerenc al mismo tiempo que ella los va descubriendo. La narración en sí deslumbra precisamente por la nula afectación, la fuerza de los detalles y la naturalidad con que Emerenc cuenta a Magda hechos terribles y brutales de su pasada, así como la forma de entroncarlas con los nada pueriles hechos que transcurren en un presente compartido. No hay desperdicio en el carácter de Emerenc, y sus escuetas pero demoledoras opiniones sobre el mundo intelectual, político y obrero que le rodean: “los curas mienten, los doctores son ignorantes y codiciosos, los letrados fingen porque lo mismo les da defender a un asesino que a su víctima, los ingenieros hacen sus cálculos en función de los materiales que piensan robar para construir su propia casa y, para concluir, tanto las grandes fábricas como los institutos de investigación están dirigidos por una panda de mafiosos. Todas esas discusiones las teníamos, tanto ella como yo, voz en grito”. La posición de M. Szabó,. intelectual de sangre dinástica con tendencias “progres” queda en entredicho ante las opiniones descarnadas de Emerenc, extraídas de la experiencia: “(…) que nadie le viniera a contar nada de la vida, porque a ella, desde pequeña, la habían obligado a ocuparse de la cocina de su familia, y a los 13 años ya servía en una casa en Budapest” Pronto nos damos cuenta de que la novela es Emerenc gracias a que la autora es capaz de crear todo un mundo alrededor de la figura de Emerenc: sus frases, sus movimientos, sus silencios, sus desapariciones, cualquier detalle, cualquier mirada … narrado con una soberbia precisión y una sutileza psicológica totalmente maestras , capaz de atrapar nuestra atención hasta la última página, arrastrándonos hasta la última línea: “Giro la llave… Sigo luchando en vano”.

4 comentarios:

Bieiris dijo...

Me he llevado una gran alegría al encontrar esta reseña de una de mis novelas húngaras favoritas. Emerenc es un personaje fascinante y entrañable, y con una sabiduría fuera de lo común. Una lectura ésta conmovedora como pocas.

¡Enhorabuena por el blog!

e7ili dijo...

Madre mía, Bieris, yo te conozco del livejournal desde hace tiempos inmemoriales. ¡Soy el demiurgo!

Un abrazo

Bieiris dijo...

¡Pero años! Ya ves, una intenta dejar esto pero nunca se va del todo. Me acuerdo del demiurgo, ¡cómo no!, además, disfruté mucho con la lectura de Prótesis y pienso seguir al tanto de tus nuevas publicaciones. ¡Mucha suerte!

Clara dijo...

Me encantó esta novela, la fuerza de Emerenc, una mujer sólida como nadie. Un gusto pasar por tu hermoso rincón de sueños.

Clara